Diciembre es el mes de las celebraciones por antonomasía. Comidas y cenas de empresa, con los amigos, con la familia, fiestas por todo lo alto donde el alcohol nunca se termina, las tan deseadas y a la vez temidas barras libres… Todos disfrutamos muchísimos de estas fiestas, especialmente durante las mismas, pero somos conscientes de que si nos pasamos con la bebida, al día siguiente podemos estar para el arrastre, sobre todo si ya no tenemos veinte años. El alcohol puede pasarnos factura, y la resaca es una de sus peores consecuencias.
Al principio, cuando eramos más jóvenes, podíamos beber de todo y ni siquiera lo notábamos al día siguiente. La cosa cambió conforme nos acercábamos a los treinta, y ya pasado ese límite, incluso un par de cubatas nos pueden sentar mal. Hay días, sin embargo, en los que bebemos mucho más y logramos evitar la resaca. ¿Por qué? Esto se debe a que el cuerpo asimila el alcohol de una manera diferente según las circunstancias, y sobre todo, según lo que hayamos tomado antes.
Uno de los mejores consejos que se pueden dar es no mezclar diferentes tipos de bebida, porque eso puede costarnos una gran resaca al día siguiente. Con lo de no mezclar incluimos también los chupitos, que muchas veces son los causantes de todo. Elegiremos nuestra bebida favorita y siempre pediremos copas de lo mismo. También es bueno haber comido antes lo suficiente como para no tener el estómago vacío, y que el alcohol no sea lo único que nuestro cuerpo reciba esa noche. Una buena comida pondrá límites a los efectos de una posible borrachera. Y si hemos probado algo dulce, como un postre, mejor que mejor.
Al día siguiente, conviene hidratarse lo mejor posible, especialmente en los meses más calurosos (algo que por suerte no necesitaremos ahora) y también llenar el estómago. Es el efecto de las toxinas del alcohol sobre nuestro hígado lo que nos provocará ese malestar general que todos conocemos como resaca. Evitarlo está en tu mano, empezando, por supuesto, por no abusar demasiado del propio alcohol.