La intolerancia a la lactosa es una dolencia que se identifica en aquellas personas que son incapaces de digerir y metabolizar correctamente la lactosa, un tipo de azúcar que se encuentra en los productos lácteos y sus derivados. Es un problema que cada vez afecta a más gente, aunque muchas veces es detectado cuando más avanzado está, al ser complicado de descubrir como causa de nuestros problemas de estómago, por ejemplo.
Si hemos sido diagnosticados con dicha enfermedad, el médico nos recetará unas pastillas y nos pedirá que consumamos lo menos posible esos productos lácteos. ¿Significa esto que ya no podremos tomar más leche, yogures o queso? En principio no debería ser así. La intolerancia a la lactosa también tiene grados, y si se ataja a tiempo, no tiene porque llegar a ser muy grave. La toma de las pastillas especiales ayuda a frenar su avance, e incluso nos permite tomar pequeñas cantidades de lácteos sin sufrir demasiado.
La intolerancia a la lactosa podría considerarse como una enfermedad crónica aunque con un buen tratamiento y sin abusar de los lácteos, el problema estaría casi atajado por completo, ya que no nos afecta demasiado en nuestra vida cotidiana.